Las mujeres le dieron la bienvenida a Donald Trump con la marcha más grande de la historia de los Estados Unidos
“El 20 de enero de 2017 será recordado como el día en que el pueblo volvió a controlar esta nación”, dijo Donald Trump al asumir la presidencia de los Estados Unidos. Del mismo modo podemos decir que el 21 de enero de 2017 será recordado como el día en que las mujeres convocaron y lideraron la marcha más grande de la historia de los Estados Unidos, con más de 670 marchas hermanas en todo el mundo y movilizando casi 3 millones de personas.
Ese sábado, mi despertador sonó a las 4.15am y a las 6 en punto arrancó el micro que me llevó a Washington junto a otras 50 mujeres que esperaban con carteles de colores y pussy hats en la vereda de Penn Station, una madrugada fría cubierta de niebla. El nuestro, casualmente conducido por una mujer, era uno de los más de 1200 colectivos que viajaron entre viernes y sábado hacia Washington desde distintos puntos del país. Miles de personas, especialmente mujeres, fueron en trenes, aviones y tantos autos que quienes arrancaron tarde su camino tuvieron que pegar la media vuelta al ver los carteles en la ruta que advertían que no había más estacionamiento en una Washington desbordada. A la entrada de la ciudad ya se podían ver grupos de manifestantes que caminaban hacia los distintos puntos de encuentro o al rally en el que hablaron Gloria Steinem, Angela Davis, Michael Moore y Madonna. Yo decidí perderme ese evento, que seguramente estaría después colgado en Internet, para sumergirme en todo eso que suele pasar desapercibido para los medios mainstream.
Al mismo tiempo en que se anunciaba -noviembre del año pasado- que Donald Trump sería el próximo presidente de los Estados Unidos, las mujeres de todo el país empezaron a organizar la Women’s March con sede en Washington, que fue escenario de las 500 mil personas que marcharon. Desde entonces grupos de diversas ciudades, movimientos sociales y partidos políticos tejieron no solo alianzas, sino también gorritos rosados en forma de orejas de gato como símbolo del pussy power, una referencia irónica a las declaraciones de Trump acerca de cómo agarrar a una mujer (las que se habían filtrado días antes de las elecciones en un video). Hubo incluso una App que fue de gran utilidad para mapear todos los puntos en donde se marchaba en simultáneo, identificar los lugares con rampas para discapacitados, espacios preparados para lactancia y cambiar pañales y primeros auxilios. Fue también un espacio interactivo para que quienes no pudieran asistir tuvieran información, fotos y reflexiones en vivo y directo, sin el recorte de los medios. Había mensajitos de abuelas saludando desde sus casas a las nietas que asistían, un canal propio de comunicación.
El rosa fue el color predominante en una tarde gris. Y como en cada marcha a la que asistí en este país, un gran despliegue de disfraces y looks pensados para la ocasión. Un hombre alto vestido como Lincoln, otro de Mujer Maravilla, gigantografías de la princesa Leia, una chica sosteniendo un ovario gigantesco tejido a mano en fugsia y carteles estridentes decoraron toda la ruta de la manifestación. This is what democracy looks like (así se ve la democracia) y We Will Not Go Away, Welcome to your first day (nosotros no nos vamos, ¡bienvenido a tu primer día!) eran los cantitos que musicalizaban el trayecto desde las inmediaciones del Capitolio hasta la Casa Blanca, inaccesible y lejana detrás de las vallas y el cordón policial (se pueden ver fotos al lado de la nota, se agrandan haciendo click).
Women’s rights are human rights
En agosto de 1970, aniversario número 50 del derecho al voto femenino en los Estados Unidos, las mujeres ganaban 59 centavos por cada dólar que ganaba un hombre. Unas 50 mil mujeres marcharon entonces demandando pago igualitario y mayor participación política. La brecha salarial continúa, solo se achicó en 20 centavos desde entonces y para las mujeres blancas; las latinas, en cambio, solo consiguieron ganar 5 centavos más desde ese día hasta hoy. La movilizaciones feministas en los Estados Unidos fueron escalando en adhesión en las últimas décadas. En 1986, 80 mil mujeres tomaron Washington para protestar por leyes antiaborto, un derecho ya conquistado en el pasado. Luego, en 1989, unas 300 mil se manifestaron por los derechos reproductivos. En 2004, más de 1 millón de personas se unieron bajo la consigna March for Women’s Lives.
A pesar de estas grandes movilizaciones que reclamaron siempre una mayor participación política de las mujeres, menos de un cuarto de las bancas del Congreso están hoy ocupadas por ellas y nunca ha habido una presidenta. No solo la brecha salarial sigue presente, aún cuando el 50 por ciento de la fuerza de trabajo son mujeres, sino que además Estados Unidos es uno de los dos países en todo el mundo que no tienen una licencia de maternidad paga. Ocho años de gobierno demócrata y bajo la presidencia de un autoproclamado feminista como Barak Obama no han avanzado un centímetro en esta demanda cada vez más potente. Pocos carteles en Washington planteaban alguna de estas cuestiones o hablaban de la violencia de género, aunque sí estaba presente la defensa de Planned Parenthood, una institución que cumplió 100 años en 2016 y que se ocupa de proveer educación sexual y brindar servicios de salud reproductiva.
La marcha fue tan diversa como lo es la población estadounidense. Latinas, negras, mujeres indígenas, asiáticas, trans, jóvenes, ancianos, gente en sillas de ruedas, niños y niñas. Las consignas también reflejaron que la marcha tiene una perspectiva clara en torno a las políticas de Trump, especialmente en cuanto a los derechos civiles, conquistados también con históricas y masivas movilizaciones, y que serán terreno de disputa en lo que viene. La mayor parte de las consignas que se leían reclamaban derechos para las mujeres, LGBT, #BlackLivesMatter, cambio climático, inclusión de minorías étnicas y religiosas, educación, rechazo a todas las formas de discriminación. Es que la llegada de Mike Pence al poder pone también en juego derechos ya establecidos de las mujeres y la comunidad LGBT. Mientras en los Estados Unidos el aborto está despenalizado desde los años setenta, Pence impulsó en Texas una ley que plantea funerales para los fetos. Además, si en Trump se escucha una misoginia sin pudores, Pence es un símbolo de la homofobia: propone terapias para ‘desviados’ y habla del matrimonio igualitario como síntoma del colapso social. El día antes de su jura, agrupaciones LGBT hacían una manifestación en la puerta de su casa bailando canciones de Beyoncé y los Bee Gees a todo volumen alzando la consigna de “Make America Queer Again”.
El futuro es feminista, el futuro ya llegó
A las 5pm emprendí la caminata hacia la estación, pasé por el barrio chino, me pedí unos tacos mexicanos en el local que menos fila tenía y en el medio de la locura y excitación que tenía fui a la terminal errónea. Un Uber conducido por un camerunés fan de Batistuta y Cannigia me llevó hasta el colectivo justo 2 minutos antes de que parta con su puntualidad extrema. En el viaje se escuchaban reflexiones, risas y hasta llantos de emoción por la intensa jornada. Pensé en cuántas veces habrá flasheado Trump despertarse rodeado de mujeres. El sábado su sueño se cumplió aunque quizás no del modo en que él hubiese querido. Llegué a casa después de las 12 de la noche con una sensación parecida a la que tuve el 19 de octubre, en que terminé empapada en Plaza de Mayo, en la marcha que siguió al paro de mujeres.
En Estados Unidos, y también en Argentina, las mujeres marcan una etapa que las encuentra en las calles, organizadas y liderando un nuevo proceso. Son ellas quienes han tomado la agenda que canaliza las demandas más progresistas de la sociedad en un movimiento amplio e inclusivo. La Women’s March inaugura el 2017, un año que promete ser escenario de muchas manifestaciones en contra de las desigualdades de género. El paro internacional de mujeres convocado para el 8 de marzo será el próximo episodio (si no nos sorprende alguno antes). El 2017 será internacionalmente feminista.
Una Argentina en la Marcha de las Mujeres en Washington, por Esteban Rafele en TN
Charla con Candela Martin y Luciana Peker en Radio Nacional, lo escuchás acá
Ahora es cuando, entrevista de Diego Iglesias a Mercedes D’Alessandro sobre #WomensMarch
Entrevista a @dalesmm acerca de la #WomensMarch en Basta de Todo.
En el programa de Victor Hugo.
Posted by Mercedes D'Alessandro on Wednesday, February 1, 2017
El final del neoliberalismo «progresista», por Nancy Fraser.
Convocatoria al Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo en Estados Unidos:
Reflexiones sobre la #WomensMarch
Desde la guerra de Vietnam que no hay una movilización como la Women’s March del sábado
Por Lucila Schonfeld
“Desde la guerra de Vietnam que no hay una movilización como la Women’s March del sábado.” La frase, en boca de una mujer argentina que vive en California desde los años sesenta, psicoanalista e intelectual, me quedó rebotando todo el día. Compartimos un almuerzo en San Diego y le pregunté si podía comparar la marcha del sábado con alguna reciente: con total naturalidad se remontó varias décadas atrás. “El sábado éramos unas 40.000 personas en San Diego, muy apretadas, casi no podíamos marchar por las calles estrechas de Downtown.”
Estoy de viaje de vacaciones con marido e hijos por Arizona y California, planeado cuando nadie pensaba que la asunción de Trump nos iba a encontrar en Estados Unidos y que la conmoción y movilización iba a ser la de estos últimos días, o últimas semanas, tal vez. Desde el mismo día en que se conoció el resultado final.
En contra de algunos prejuicios, en cada oportunidad intentamos “tirar un anzuelo” y oír a los locales. En los últimos días viajamos por rutas interiores de Arizona, pueblos, ciudades pequeñas. En un clásico café de ruta en Kingman le preguntamos a Bubby qué pensaban de “este nuevo presidente”. “Ah… ese ha sido el tema de esta mesa –señaló una redonda presidida por un hombre mayor que parecía escapado de la última película de Tarantino— durante las últimas semanas”, respondió sonriente. A su marido le gusta Trump, “porque es un business man, pero a mi hijo y a mi nuera les gusta Sanders”. “¿Y a usted?” Duda, no se anima, aunque claramente es la jefa del lugar. Le pregunté por la Women’s March. “Ah, yo iría.” Y por fin se mostró orgullosa de sus ideas. Nos sacamos una foto juntas, y prometí volver.
En Tusayán, a pocos kilómetros del Cañón del Colorado, nadie parecía perturbado el día de la asunción de Trump. La transmisión por TV de la ceremonia dominaba el desayuno de los turistas pero el mayor tema de preocupación era la nevada, que se incrementaba hora tras hora.
El día clave fue el sábado 21. Desde la mañana temprano, desde la noche anterior, entusiasmo en las redes entre todas las mujeres que conozco a lo ancho de este país, preparándose para marchar, o acompañando desde sus casas las que no podían hacerlo. Mujeres que iban a participar de una marcha por primera vez en sus vidas, jóvenes y no tanto. Mujeres que han marchado cada vez que lo creyeron necesario.
A mediodía, a la hora señalada, atravesábamos una ciudad de unos 40.000 habitantes en medio del estado de Arizona. El cielo celeste se agradecía luego de la intensa nevada en esa localidad de montaña, rodeada de bosques de pinos, que parece refugio de jubilados y amantes de la montaña. En la plaza principal unas trescientas personas, en su mayoría mujeres, en su mayoría mayores de treinta –aunque también familias con niños pequeños, hombres solos y adolescentes–, mostraban orgullosxs sus carteles caseros.
Hubo consenso inmediato. Y entusiasmo. Estacionar y sumarse a la marcha. Estábamos en el lugar correcto a la hora indicada. El cálido recibimiento daba cuenta del espíritu de la convocatoria.
Las consignas, las compartidas en todo el país, contra el odio, a favor de la diversidad, de la planificación familiar, del amor, de la libertad como un bien innegociable. Los abrazos evidenciaban encuentros anteriores e ideales compartidos, las sonrisas el deseo de seguir juntas para enfrentar a este presidente con aires de patrón, exigiendo respeto.
Con escasa organización, un micrófono, varios pussyhats y algunas líderes con mucha vehemencia, las mujeres de Prescott también se hicieron oír.
Dejamos atrás los bosques y la montaña y paramos a comer en otro refugio rutero. En Peeples Valley, en T-Bird Café la camarera vestía una remera con frase de Bernie Sanders y apenas pudimos trabar conversación nos dijo que si no hubiera marchado también, pero tenía que trabajar.
Los casi tres millones de personas que llenaron calles y plazas en todos los estados se multiplicaban, sin duda, en cada una de esas mujeres que desde sus espacios de combate cotidiano ya no permitirán que sus derechos sean avasallados por un prepotente ungido presidente.